Confesiones amarillas

Confesiones amarillas

 

Acá te contamos cómo el manejo de las redes sociales y la creación poética pueden convertir el peor de los desastres en el país de las maravillas.

Por Javier Corcuera

Estamos condenados al éxito. Las inversiones están a pasitos de sacarnos del infierno populista.

El ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Pizzas Gay, hizo una pirueta genial para explicar lo mal que nos va, a pesar de lo bien que nos gobiernan: “No creo que la gente esté mejor que cuando asumimos, pero podría estar mucho peor si no hubiéramos cambiado el rumbo”.

El Gran Asesor está contento. La semanada pasada, en el congreso del PRO de San Juan, explicó: “Nunca vi un caso así. La imagen positiva del Presidente, a pesar de las medidas antipopulares”. Pidió ponerse del lado de la gente común y no de los informados. Y agregó, para que no quedaran dudas: “Más que comités, necesitamos manejar bien las redes sociales”.

En eso vamos muy bien. Es un rubro donde hemos decido invertir 160 millones de pesos por año y hasta nos olvidamos, por un momento, del déficit fiscal, cuando creamos dos organismos especiales, con 78 jóvenes emprendedores, que operan desde Facebook, Twitter, Instagram, Youtube y Snapchat, con ganas de sacar este país adelante. Una vanguardia que combate contra esos que ponen palos en la rueda y no dejan gobernar.

Lo nuestro, en cambio, es la pasión por compartir, no importa si se trata de peras, balas de goma, o paraísos offshore. Cambiamos pasado por futuro, y para transformar el presente, cambiamos el relato.

Todo está en las palabras. En su color. En su brillo. En lo que sugieren.

Los gobiernos lo saben. Los nazis, por ejemplo, llamaban “higiene racial” al exterminio de millones de personas. Como sabemos, el discurso, que sale de la cúspide del poder, se filtra por diversos surcos, a veces con algunas sutilezas. Durante la última dictadura militar, el diario La Nación titulaba: “Abatiose un subversivo” y así lograba borrar el nombre del asesino y culpabilizar a la víctima. Hoy, que los nazis han resucitado, hay confianza en “los procesos de modernización” y las “ingenierías empresarias”, que traerán la pobreza cero y la revolución de la alegría.

Bellas palabras que enmascaran los hechos.

Diez ejemplos

1. Tomamos las medidas más antipopulares el primer semestre y profetizamos que el segundo será mejor.

2. Cierra una librería y celebramos la pasión de los argentinos por leer.

3. Despiden a un laburante y sostenemos que se perdió la cultura del trabajo.

4. El asado se va a las nubes y destacamos las ventajas de una vida sin carne.

5. Los cigarrillos se volvieron difíciles de comprar, pero lo hicimos para bajar la cantidad de fumadores.

6. El morrón se torna inaccesible, pero un estudio de la universidad de no sé qué parte sostiene que genera peligrosos trastornos cardiovasculares.

7. El sueldo cada vez nos alcanza para menos, pero, por supuesto, la culpa es de la pesada herencia.

8. Hay una masiva Marcha Federal, pero son un minoritario grupo de opositores con intenciones políticas.

9. Hay miles de nuevos pobres, pero estamos sacando el país adelante.

10. Lanzamos un Tarifazo, pero lo anunciamos como el sinceramiento de las tarifas y condenamos a los que derrochan energía, porque osan andar en invierno en patas y remera.

Por eso, entre el dicho y el hecho, sin que se den cuenta, los dejamos maltrechos.

Fuente: infosiberia.com/

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